Marisco de Asturias - Manjar del Cantábrico
Los mariscos que ofrece El Principado son variados y apetitosos en todos y cada uno de los casos.
La mayor parte de las ocasiones se preparan en estado natural, se cuecen en agua de mar, como manda la esencia culinaria de una elaboración que apenas necesita condimento alguno.
Los percebes, la langosta, el centollo, el bogavante, la ñocla o noca, bugre o bien buey de mar, la andarica o nécora, los humildes bígaros, les llámpares o bien lapas, oricios o erizos de mar acostumbran a degustarse desde humildes chigres a los más deliciosos y elegantes Restaurantes de una ruta casi sin fin de la costa asturiana.
Su consumo se ve acompañado del calor popular y sociabilidad, acompañados principalmente con Sidra Asturiana.
Asimismo pueden degustarse de forma más sofisticada, como cremas, patés o como base de sustanciosas salsas o bien sopas en los restoranes ideados para los sibaritas más exigentes.
En nuestro Restaurante El Uría, servimos estos manjares en diferentes Recetas y una gran variedad de cocciones, con salsas, acompañados de otros productos del mar o simplemente en su jugo… tenemos una amplia variedad de mariscos de Temporada que seguramente degustarás con gran satisfacción en nuestra amplia Carta de Mariscos.

Ya antes de comer, no obstante, se precisa de la tarea propia del marisqueo, ardua actividad humana que siempre precede a la gastronomía.
Ciertas capturas, como la del percebe, merecerían capítulo aparte (que más adelante incluiremos en el Blog), pues el peligro y la escasez conceden a este tapa, más mérito gastronómico si cabe.
El Marisqueo
En este caso se trata de una labor que técnicamente cuenta con las mismas armas que antiguamente, sobre todo para los llamados “perceberos de a pie”, que, a diferencia de los que se aproximan a la costa en lancha, tienen que andar en equilibrio por la costa alta y bajar a los pies de exactamente la misma siguiendo las huellas naturales que el mar y el viento han abierto en la roca.
Sin la mínima sensación de vértigo, aguardan la bajamar y se deslizan por las cuerdas hasta la zona donde bate el mar, un espacio que puede alcanzar los 3 metros de longitud y donde abundan la vegetación marina y las piñas de percebes.

Donde no se forman playas y barrancos insalvables, la costa áspera y embaldosada de la zona domina por doquier.
Son auténticos museos naturales.
El ciclo alimenticio de los pedrales es como una rueda que da vueltas y el hombre está al final de esa cadena.
Llámpares, bígaros, arcinos, percebes, quisquillas, cámbaros, andariques, sepias, barbadas, congrios, xulies, cabras, lubinas y, ya un tanto más lejos de la costa, langostas y centollos.
Las Llámparas
Un ejemplo de adaptación al medio es el de las lapas.
Pese a su pétrea inmovilidad -pues siempre se deja ver agarrada con fuerza a las rocas, engaña.
Este molusco se mueve aunque resulte bastante difícil de ver.
Es un abuelo de los caracoles, se desplaza de una forma parecida a éstos; lo único que ocurre es que, en su pertinaz intento por ser fiel a su estilo, prosigue respirando por branquias y todavía no ha emergido a la superficie.
Su concha es plana y rudimentaria y por esta razón resulta más ancestral, casi una historia legendaria.
La sensación de “amenaza” apenas la conoce.
Mas claro, la confianza siempre ha sido el primer enemigo de los organismos vivos, y aparece un hombre -preferentemente con licencia para este tipo de pesca- y la llámpara, confundida e impotente ante el cuerpo a cuerpo, contempla como su roca del alma queda en la distancia por siempre.
La sociología de cualquier hábitat también se extiende a las populares llamparadas.

Numerosas localidades ribereñas rinden de año en año su particular tributo gastronómico a uno de los moluscos más exquisitos y abundantes de su costa. Kilos y kilogramos de “llámpares” se preparan con esfuerzo, tal como manda la tradición del sitio. Afirman que este plato servía para fortalecer la dieta en los tiempos bastante difíciles, la posguerra que algunos escucharon.
Y eso que no tenemos cronistas para explicar en su dimensión “sígnica” los concheros que dejó el paleolítico por estas tierras. Todo semeja señalar, en todo caso, que la llámpara está muy buena. Sobre todo sabe a mar y roca.
Existen recetas exquisitas de este manjar del mar.
Pero en todas ella hay que descascarlas al vapor, no cocerlas, pues se ponen duras; la salsa se va preparando aparte con cuantos productos de la huerta se quieran añadir.
Debe entremezclarse uniformemente la sustancia de cebollas, tomates, pimientos, chorizo, jamón, pimentón… se le agrega sidra al gusto y se revuelve después al lado de les llámpares y agua de mar.
El resultado magnífico, a tenor del éxito paladar encima de la mesa.
Se acaba la chicha y todo el planeta “moja pan” en sus cazuelas exprimiendo los últimos coletazos de un gusto con denominación de origen.
Las Andaricas
Otra reina de la costa próxima es la andarica, o nécora, que suele presentarse en amplias fuentes y de forma íntegra, cocidas simplemente para echarle el diente velozmente en un proceso de selección que supone apartar la cáscara de caparazón y patas, ingiriendo la pulpa y chupando su jugos internos, apropiadamente salobres.

Las andaricas también se prestan a aliñar platos más complejos, siempre y en toda circunstancia marinos.
De esta forma se las puede llegar a cocer unos 15 minutos con media cebolla, un diente de ajo y perejil.
En otra cacerola se cuece, a fuego lento y a lo largo de una hora, el pescado que se haya escogido -pixín (rape) o merluza-, a poder ser con una cabeza a fin de que tenga más sabor, con media cebolla, un ajo, tomate y zanahoria y una rama de perejil.
Tras haberse cocido se desmenuza pacientemente la carne de la nécora y luego se desmenuza su caparazón lo más posible.
El jugo que sueltan se le añade al caldo del pescado.
Una vez colado todo se le añade la carne de las andaricas media copa de brandy y media copa de sidra o bien vino blanco, se corrige de sal, se echa un poco de pimienta y se deja hervir otra hora.
El toque final consiste en incorporar las yemas batidas en un recipiente con unas cucharadas de caldo.
¡Una Delicatessen en toda Regla!
Los erizos de mar o bien Oricios
La ruta de los erizos de mar o bien “oricios” comienza en cualquier entorno de la costa baja asturiana en temporada de invierno.

Muchos les echan mano in situ y se los comen vorazmente, si bien los oricios pronto alcanzaron renombre como producto delicatessen y abundan ahora sus elaborados, como las huevas o caviar que se venden en lata.
El pastel de oricios es otra de sus manifestaciones más chic, y la merluza en salsa de oricios no tiene parangón, sobre todo si se acompaña con parientes próximos como los langostinos y las almejas.
El oricio es buenísimo para una dieta equilibrada, tiene yodo, sales marinas, etc, pero hay que tener cuidado puesto que en estado salvaje pincha.
De esta forma es el marisco de Asturias, fácil, en ocasiones tímido, para consumir antes de la data de el día de hoy en una mesa rústica sin demasiadas pretensiones de protocolo, otras veces sin iguales pretensiones pero presentado sin complejos en amplias fuentes o calderos para una comunidad que celebra ritos contemporáneos deudores de ritos primigenios.
En otras ocasiones tratado con frágil afecto, de forma breve y casi minúscula, para acompañar, esta vez sí, una comida protocolaria, incluso para innovaciones snobs más propias del catering.

Ya antes de consumirlo se recomienda que, preferentemente, el consumidor de turno se dé un paseo por la costa asturiana para querer probar desde la primera salsa de todas y cada una de los rincones de la costa Cantábrica, el auténtico estado natural de la olla más grande imaginable donde entran en ebullición todos y cada uno de los sentidos y no sólo el del gusto.
Si queréis degustar el marisco más fresco y delicioso, del Mar a tu Plato, os invitamos a pasarse por «Restaurante Marisquería El Uría» donde os ofreceremos los mejores productos Asturianos y todo nuestro amor por la cocina de Autor y Tradicional.